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Consejo Editorial atina

A todos los profesionales y expertos en planificación, riesgo y continuidad de los negocios, así como a todos los líderes de gobiernos y naciones, les tomó por sorpresa el resultado exponencial de los hechos que se suscitaron en la localidad de Wuhan, en China en diciembre de 2019. Sin embargo, no sólo fueron ellos los sorprendidos. Estos hechos tuvieron rápidamente una repercusión global. Se hicieron presentes de manera histórica en la vida de cada habitante, de cada familia del mundo.

El 11 de marzo de 2020, Tedros Adhanom Ghebreyesus, – director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS) – anunciaba y declaraba como pandémica la enfermedad por contagio coronavirus 2019 – COVID 19 -, un hecho que oficializaba desde la autoridad de este ente, el pleno desarrollo progresivo y sostenido de una crisis global, que no se veía desde la Segunda Guerra Mundial, ahora en un mundo mega conectado e informado en tiempo real, como nunca antes. 

Para la OMS eran alarmantes los niveles de propagación (contagio), gravedad, letalidad, necesidad de definición de protocolo médico terapéutico, definición y medidas de barreras de bioseguridad, y más aún, los niveles alarmantes de inacción frente a una necesidad imperiosa de control. 

Desde ese momento, a más de dos años siendo protagonistas, hemos visto la continuidad de la pandemia con variantes, repuntes, fuertes medidas públicas de aislamiento, investigaciones para vacunas, jornadas de vacunación y evolución de los protocolos de prevención y atención. 

Situados a mitad del 2022, observamos desde nuestra organización – atina – que el COVID 19, ha relativizado muchas relaciones y ha puesto en valor otras. 

En cuanto a las relaciones, unió por la realidad en una misma conversación a un individuo con el grupo de habitantes de la Tierra, alineó a líderes y a gobiernos en medidas que pausaron la movilidad personal y comercial, así como la dinámica natural de la sociedad del siglo XXI. 

Pero sin duda, lo más importante es que ha revalorizado la salud de los seres humanos como valor fundamental, sensibilizando a todos los habitantes del mundo, en cómo cuidarla de manera preventiva y terapéutica, y cómo estar preparados frente a la aparición de enfermedades ya erradicadas y a posibles nuevas pandemias. Una nueva consciencia no solo para la formulación de políticas públicas de salud, sino para la redefinición de los sistemas de salud públicos integrados a los privados, para poder hacer frente a estos episodios en los que el volumen de personas con necesidades de atención es tan elevado.

Si nos concentramos más en el tema sanitario, encontramos que el COVID 19 dignificó a todos los profesionales de la salud, desde investigadores y médicos hasta paramédicos y personal de enfermería, quienes ocupan posiciones vitales y resolutivas para el control de la pandemia y sus variantes. Ese nuevo posicionamiento en el radar internacional ha significado una verdadera revalorización del gremio por todos los sectores de la sociedad. Es importante ocupar una posición en el hospital más grande de una metrópolis o en el dispensario más pequeño y remoto. La salud de pronto se incorporó con ímpetu y esta vez lo hizo para quedarse. No somos los mismos desde el COVID 19, eso es un hecho. 

Dentro de esta revalorización de la salud, la sub-industria de seguros, ha tenido 2 impactos importantes. En primer lugar, su activación para poder cubrir las emergencias por COVID 19, y la adecuación de sus pólizas para incorporarlo. Y, en segundo lugar, el aumento de solicitudes y emisiones de pólizas de seguros de salud.

En cuanto a antecedentes del manejo de las aseguradoras y la pandemia del COVID 19, estas empresas no las tenían mapeadas para cubrirlas como tal, sin embargo en Venezuela, las aseguradoras tomaron la decisión de dar cobertura bajo ciertos lineamientos indicados por la Superintendencia de la Actividad Aseguradora (SUDEASEG) y de esta forma continuar brindando apoyo a sus asegurados en la contingencia del COVID 19.

Y es que globalmente, la pandemia ha representado un verdadero desafío paras las empresas aseguradoras pues en general han tenido que: adecuar y redefinir sus productos de salud y emergencias, reaccionar a los cambios del patrón de siniestralidad y el protocolo de cómo hacer las solicitudes y responder a los siniestros e indemnizaciones, fortalecer sus posiciones financieras para dar respuesta, optimizar su infraestructura de atención y respuesta tanto propia como la de la red con sus aliados prestadores de salud.

Aumento de la consciencia de contar y mantener los seguros de salud 

A nivel individual, muchas personas han enfrentado el contagio y han podido ser atendidas, porque contaban con pólizas de seguros en dólares con coberturas robustas. 

Muchas de estas personas, sobre todo en los meses iniciales, estuvieron hasta más de 4 semanas en las unidades de cuidados intensivos (UCI), y estadísticamente un porcentaje alto tuvo complicaciones y desenlaces fatales. Pero pudieron activar sus pólizas de seguros, atender su salud y proteger su patrimonio, haciendo uso de la inversión realizada al haber adquirido y/o renovado sus pólizas de salud. Esta última consideración definitivamente catapultó de forma positiva el papel de las aseguradoras y su cartera de productos de salud de una manera significativa.

Factores como el exceso de información acerca del COVID 19, lo cercano de los contagios y muertes para todas las personas, creó de forma masiva la necesidad de considerar adquirir pólizas de salud para mitigar la sensación de fragilidad que ha generado la pandemia. Y para el público ya asegurado, confirmó su decisión inicial de tener un seguro, por lo cual no han vacilado en darle continuidad a través de renovaciones o nuevas adquisiciones. 

Lo que es absolutamente relevante y adecuado en un contexto en el que la pandemia persiste y se cuestionan todavía muchos elementos tales como sus causas, la velocidad de aparición de las variantes, el post COVID y el hecho cierto de que esté controlada o no.